GENERAL O'HIGGINS Y SU PASO POR PAMPA ROMAS, PROVINCIA DE HUAYLAS, DEPARTAMENTO DE ANCASH, PERU

Publié le par Franklin Escobedo

GENERAL O'HIGGINS Y SU PASO POR PAMPA ROMAS

INVESTIGADOR: ESCOBEDO APESTEGUI FRANKLIN MACDONALD

MAESTRIAS EN EDUCACION AMBIENTAL Y DESARROLLO SOSTENIBLE, MAESTRIA EN DOCENCIA UNIVERSITARIA, DOCTORADO EN CIENCIAS DE LA EDUCACION.

 

A MODO DE PROLOGO , RELIEVAMOS LA PRESENCIA DEL GENERAL  BERNARDO O'HIGGINS, CUANDO HIZO SU PASO POR PAMPA ROMAS EN EL AÑO DE 1824, UN PERSONAJE IMPORTANTE PARA LA POLITICA CHILENA.

DIARIO DEL VIAJE DEL GENERAL O'HIGGINS

EN LA CAMPAÑA DE AYACUCHO

MEMORÁNDUM DE VIAJE DE TRUJILLO AL EJÉRCITO

PRIMERA PARTE

DE TRUJILLO A HUÁNUCO

(12 al 18 de Julio de 1824)

Esta interesantísima pieza forma el volumen 105 del Archivo de Manuscritos de don Benjamín Vicuña Mackenna, que se custodia en la Biblioteca Nacional (de Chile). Es un diario escrito en inglés por el Secretario de O'Higgins, John Thomas, de quien hemos dado curiosas noticias en otros números de la Revista Chilena de Historia y Geografía. Este documento comprende la relación del largo e infructuoso viaje que hizo don Bernardo O'Higgins en la esperanza de conquistar nuevos laureles durante la campaña que habría de emancipar definitivamente al Perú. Desconfianzas y recelos de parte de Bolívar, impidieron que O'Higgins tomara parte efectiva en las acciones de guerra del año 1824, pero no por eso deja de tener especialísimo interés la relación diaria de las peregrinaciones de nuestro primer soldado durante la campaña de Ayacucho. El diario de Thomas está escrito en inglés y lleno de las correcciones y vacíos que de costumbre se hallan en los manuscritos de este curioso personaje; los nombres geográficos están, por lo común, representados por palabras que más o menos se acercan a su sonido, de manera que es un verdadero trabajo reconstituirlos; las distancias, en general, bastante bien apreciadas. Contiene, además de los datos de valor    histórico, observaciones geográficas, arqueológicas y etnográficas, que son de evidente interés. Consta el manuscrito de cien fojas, cubiertas muchas de ellas por ambos lados, que dan ciento sesenta carillas en folio; la escritura es mucho más clara, menos interlineada y menos cruzada encima que la de los originales de la batalla de Rancagua y los relativos a don Ambrosio O'Higgins. Un extracto sumarísimo de este diario aparece en la nota final del capítulo XI del libro de don Gonzalo Bulnes intitulado Últimas campañas de la Independencia del Perú.

C. V. M.

Sábado 17 de Julio

Anoche nos acostamos cerca de las nueve, levantando nos a las cuatro de la mañana y fué muy conveniente que así lo hiciéramos, porque esta jornada resultó mucho más larga y fatigosa de lo que esperábamos.

Partimos al romper el día y otro gran promontorio nos obligó luego a entrar de nuevo en la llanura arenosa para evitar un largo circuito. Dejamos el promontorio a nuestra izquierda, al contrario de lo que habíamos hecho con los otros, y después de andar una media legua más, el gobernador Muñoz, que nos acompañaba, nos mostró una mina de plata trabajada en otro tiempo con provecho y abandonada ahora a causa de una inundación.

Algo más lejos, dejamos el llano y comenzamos a subir por una ladera pendiente y arenosa, que recorrimos durante una legua, bajando después al Valle de Nepeña, que en este punto es mucho más angosto y se dedica al cultivo del maíz y del algodón.

Después de cruzar el valle, en donde los techos inclinados de los ranchos nos demostraron que habíamos llegado a una región lluviosa, subimos de nuevo una ladera arenosa y pendiente, que podría evitarse continuando el camino legua y

media más por el valle. En el fondo de una de estas bajadas encontramos una pintoresca caída de agua, sobre una muralla de granito.

Poco después hallamos el campamento de una división de soldados colombianos que venían de Santa por este camino. Habían dejado tras de sí algunos insectos, engendrados, probablemente, por la descomposición de sus provisiones, y que, adhiriéndose a las patas de nuestras cabalgaduras, las hicieron sufrir cruelmente.

Después de subir esta cuesta, pensamos que habíamos llegado a la Sierra porque comenzábamos ya a ver pasto, aunque escaso, y no quedaban manifestaciones de la región arenosa de la Costa.

Nos encontramos allí con un oficial colombiano que iba de Huaraz a Nepeña, para buscar el restablecimiento de su salud, comprometida por una fiebre lenta a que dan el nombre de …………..(Es la misma fiebre que llama más adelante verruga, por la forma en que se presenta.— C. V. M.) y que había atacado a muchos hombres del Ejército, probablemente a causa de las marchas forzadas y del abuso de la fruta. Este oficial nos dijo que el General Bolívar estaba en Huánuco y que el General La Mar había llegado también allí a la cabeza de los Coraceros y con la Retaguardia del Ejército.

Al bajar esta cuesta, un limpio arroyo y un árbol coposo nos tentaron a hacer alto, comiendo un poco de carne fría y tomándonos un vaso de aguardiente con agua.

Cruzamos también esa cuesta y al mirar hacia atrás comenzamos a notar que la Cordillera de la Costa desaparecía y empezaba a mostrarse la Gran Cordillera Negra con su aspecto magnífico y pintoresco.

El valle continúa estrechándose gradualmente y las aguas del río comienzan a tomar un color blanquecino, a causa, probablemente, de correr sobre capas de tierra blanca.

Continuamos entonces caminando por senderos tan estrechos que sólo la prudencia de las mulas puede hacer relativamente seguros; en la Sierra la mula es un animal impagable. Las personas sujetas al vértigo no pueden viajar aquí con seguridad si no apartan constantemente la vista de las profundas quebradas por cuyas laderas trafican, pues la altura es a veces tan enorme que se necesita una larga costumbre y una cabeza muy firme para no desvanecerse. No he visto nada en los Alpes que se pueda comparar a esto, excepto, quizás, la bajada del

Monte Cenis al valle de Chambery. He notado muchos pequeños acueductos cortados en las laderas de las quebradas, con canales de maderas puestas en los sitios en donde la roca no permitía el paso del agua. Esta prueba de ingeniosidad me agradó mucho y me hizo recordar el espíritu de los Saboyanos. Fruto de este esfuerzo son varios campos de trigo y de patatas, en sitios tan pendientes que cualquiera se imaginaría que sólo podrían ser cultivados por gatos o por cabras. Muchos de estos ranchos estaban deshabitados, a causa, quizás, de la guerra.

No es improbable que mucha de esta gente pobre y laboriosa haya sido sacrificada en la última y desgraciada expedición a Intermedios.

Después de cruzar estas horribles cuestas y de encontrar un segundo campamento de soldados colombianos, llegamos a los campos cultivado que rodean la aldea de Pamparomas , nuestro sitio de descanso aquella noche.

La subida se había hecho tan difícil que nuestro guía, fuerte campesino que caminaba delante de nosotros a pie, declaró hallarse completamente agotado.

Llegamos a la aldea a tiempo para ver una majestuosa puesta de sol y para divisar, muy abajo de nosotros, las montañas que tan altas parecen desde la costa y, encima de nuestras cabezas, los lejanos picos de la Cordillera Negra,

que nos habíamos imaginado durante casi todo el día hallarse a tiro de piedra.

La distancia de Moro a Pamparomas, por un camino continuamente ascendente y en muchos puntos bastante duro, se estima en ocho leguas de la Sierra que son de cuatro y quizás cinco millas inglesas (Son cuatro y media leguas de 25 al grado, en línea recta.— C. V. M). Nos sorprendió, por lo tanto, que nuestras mulas, tanto las de silla como las de carga, estuvieran muy poco fatigadas después de esta formidable jornada.

A nuestra llegada, nos pusimos en busca de un cordero y de patatas con los cuales hicimos una magnífica comida en forma de sopa, irish-steiv y asado. Un humilde rancho fué nuestro hotel, pero no por eso dejamos de dormir profundamente.

(18 al 26 de Julio de 1824)

Sábado 18 de Julio

Nos levantamos a la cinco de la mañana para seguir hacia Huata, que está nominalmente a seis, pero en realidad, ocho a diez leguas de distancia (Once leguas de 25 al grado, en línea recta.— C. V. M). A pesar de todos los esfuerzos no pudimos poner en movimiento nuestras mulas de carga hasta las siete y media.

En el intervalo, tuve oportunidad de examinar a los sencillos habitantes de esta aldea de montaña, con sus vestidos domingueros hechos, tanto para los hombres como para las mujeres, de paño del país de color azul tirando a turquesa, color nacional de los aborígenes del Perú y de los de Chile.

Los peruanos son una raza simpática, con facciones agradables y regulares y, generalmente, bellos ojos negros. Pude observar una india tan hermosa como cual quiera europea.

La cantidad de tierra cultivada en la falda de las montañas, habla mucho en favor de la industria de sus habitantes. La cebada es el único grano que se siembra, siendo el clima demasiado frío para el trigo; las patatas son excelentes y, a juzgar por el aspecto de las vacas y corderos, los pastos deben ser buenos.

El nombre de Pamparomas (John Thomas entendió Pampa no más; de ahí la curiosa etimología. —C. V. M.) se da a la aldea con referencia a los campos que se extienden entre ella y el valle de Huaraz, por ser más llanos que los que hay entre ese punto y Moro. Sin embargo, la primera legua entre la aldea y el paso sobre la Cordillera Negra es de un camino tan pendiente que hay que hacerlo de la misma manera que el del monte Cenis desde el valle de Chambery. La fatiga de la subida se alivia mucho, por lo menos para el jinete, por la magnífica y extensa vista de las varias hileras de montañas que se extienden entre la Cordillera Negra y el mar, del valle de Nepeña y de la costa del Océano desde Casma hasta Santa.

El aire es tan claro que la escena es un perfecto panorama. Al principio, la costa se veía un poco obscurecida por la neblina de la mañana, que se presentaba en la for ma de grandes nubes blancas.

Al llegar a la cima del paso esperábamos contemplar la Gran Cordillera, llamada también Cordillera Blanca, por estar cubierta de nieves perpetuas. Sin embargo, tuvimos que renunciar a esto, porque nos lo impedía una colina interpuesta, separada de aquella en que nos hallábamos por un valle de tres o cuatro leguas de ancho y apropiado para el pastoreo de vacas y corderos. Las aguas que riegan este valle se arrojan al río de Nepeña en un paso abierto en la misma colina donde nos hallábamos y hacia el Sur; me inclino a creer que ellas forman el brazo principal de ese río.

La bajada de ese valle no es tan larga ni pendiente como el camino que, desde el valle de Pamparomas, lleva hasta la cumbre del Paso. La mayor parte del camino, en la extensión de una legua a cada lado del Paso, es obra de los Incas y da una nueva prueba de su laboriosidad y esfuerzo.

Bajando al valle y cruzándolo, vimos varios rebaños de vacas y bueyes y dos manadas de guanacos, una de cuatro y otra de seis. Al aproximarnos a éstos, no mostraron alarma alguna, sino que se retiraron tranquilamente, parándose a veces y volviendo la cabeza para mirarnos. Los sentidos de la vista y el olfato eran halagados por gran variedad de hermosas y perfumadas flores; la escena era variada por numerosas cascadas y torrentes.

La fila de montañas a nuestra izquierda presentaba muchos aspectos pintorescos en sus cumbres, y varias de sus rocas, algunas de ellas de enorme tamaño, se proyectaban atrevidamente en el espacio. Había en ellas algunos bosques con bastante vegetación, mientras las de la derecha presentaban árida apariencia, destituidas de árboles y de pasto. Su forma era poco interesante, pero a juzgar por la naturaleza de su superficie y de las rocas que a veces aparecían, es probable que contengan valiosas minas de plata. Hace sólo muy poco tiempo que una mina de plata, abierta y trabajada durante dos años por un minero alemán, le dio considerables provechos, habiendo tenido que abandonarla a causa de una inundación, peligro a que están sujetas la mayor parte de las minas ubicadas en sitios algo bajos. A media legua de esta mina se veían las murallas desnudas de la aldea ocupada por los obreros, que abandonaron el lugar apenas quedaron sin trabajo. Muchas aldeas se forman así tranquilamente y con igual tranquilidad son abandonadas.

Un poco más allá, y a medio camino entre Pamparomas y Huata, encontramos las ruinas de una granja y sus dependencias, un poco de buena alfalfa y un arroyo de agua cristalina. Aquí el General dijo que nos detuviéramos para dar descanso a personas y bestias. Al entrar al patio, vimos que las tropas colombianas se habían detenido también en la granja, en su camino hacia Huata. Descansamos durante una hora y continuamos nuestro viaje por el valle, sobre un suelo verde y pastoso, que subía gradualmente hacia la región que iba a llevarnos al valle de Santa. Cuando estábamos más o menos a una milla de él, sentí por primera vez una frialdad en el aire que me hizo comprender que venía de regiones nevadas; el sol, sin embargo, calentaba bastante y la frescura del aire resul taba agradable.

Al llegar a la cumbre, contemplamos un espectáculo que se puede olvidar difícilmente. A nuestros pies se ex tendía el valle de Santa, cubierto de plantaciones de caña de azúcar, trigo, patatas y alfalfa; más allá del valle, una fila de montañas, cultivadas muchas de ellas hasta su cima; y, más allá todavía, se levantaban las pirámides color de rosa de la cordillera nevada, que presentaban en muchas partes un extraño aspecto, como si hubieran sido bruscamente separadas unas de otras por un inmenso cataclismo.

Permanecimos silenciosos por algunos momentos, sobrecogidos por la sorpresa y el placer, aun cuando nuestras expectativas habían sido previamente excitadas en gran manera. Algunas ráfagas de aire frío, que casi se llevaron nuestros sombreros, nos hicieron ver la conveniencia de seguir andando y continuamos nuestro camino hacia la aldea de Huata, por unas dos leguas, durante las cuales cada paso nos presentaba una nueva escena interesante o encantadora.

 

FUENTE:

REVISTA CHILENA DE HISTORIA Y GEOGRAFIA

ORGANO DE LA SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA Y GEOGRAFIA

AÑO VI TOMO XIX, 3ER. TRIM. DE 1916, NUM. 23

 

 

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